viernes, 28 de noviembre de 2008

ANTIESCUELA DE IVAN ILLICH


A continuación pretendo realizar una breve síntesis acerca de lo que me parece más interesante dentro de la obra de Ivan Illich llamada “la sociedad desescolarizada”, tomando en cuenta nuestro futuro como profesores.

Lo que intenta el autor es revelar que los valores institucionalizados conducen a la corrupción física, a la polarización social y a la impotencia psicológica, las cuales son dimensiones de un proceso de degradación global y de miseria modernizada.

Ivan Illich expresa, entre otras ideas, que tanto el niño pobre como el rico están en manos de la escuela y hospitales que guían su vida, estos forman una visión de mundo, definiendo para ellos lo que es legítimo y qué no lo es. Sin embargo, el niño pobre rara vez se situará a la par de uno rico, aunque asistan a las mismas escuelas y comiencen a la misma edad, puesto que los pobres carecen de muchas de las oportunidades educativas que dispone, incluso, un niño de clase media. Estas ventajas por sobre el pobre van desde una conversación y los libros en el hogar, hasta el viaje de vacaciones y el sentido que se tiene de sí mismo. Por esto, dice, los pobres necesitan de fondos que les permitan acceder al aprendizaje y no certificados de sus deficiencias. Esta situación se debe, en parte, al desarrollo de la llamada pobreza modernizada, es decir, los ciudadanos aprenden a pensar como ricos y a vivir como pobres.

Por otra parte, y teniendo en cuenta nuestro futuro rol, me parece interesante sintetizar aquí, algo de la crítica que hace el autor con respecto a los maestros de escuela.

Señala que los maestros han tomado en sus manos el derecho que todo hombre tiene de practicar su competencia para aprender e instruir de igual manera, y la competencia de tales maestros está restringida, por si fuera poco, a lo que pueda hacerse en la escuela, y así, son adaptados en la rutina de instruir bajo la excusa silenciosa del diseño curricular, el cual los moldea y deforman su real papel. Además, dice que las personas aprenden casi la mayoría de lo que saben fuera de la escuela:
“Aprendemos a hablar, pensar, amar, sentir, jugar, blasfemar, politiquear, y trabajar sin la interferencia de un profesor”.

Por esta y otras causas, los profesores han salido mal parados, por ejemplo, en sus pretensiones de aumentar el aprendizaje entre los pobres, porque a los padres pobres que escolarizan a sus hijos no les interesa tanto lo que aprendan, sino que les importa el certificado y el dinero que puedan recibir posteriormente. Asimismo, los padres de clase media confían a sus hijos a un profesor para que evite que sus niños aprendan lo que los pobres aprenden en la calle. Esto ocurre entre padres y maestros, mientras que los niños aprenden de sus iguales, de los cómics, de la simple observación al asar o incluso por el solo hecho de participar en el ritual de la escuela, por esto, los maestros, más que enseñar, obstruyen el aprendizaje de materias que se dan en las escuelas, la cual crea trabajos para maestros, sin importar lo que se aprende de ellos.

La escuela, al reclamar la totalidad del tiempo y el interés de la comunidad, hace que el profesor tenga tres papeles; custodio, predicador y terapeuta. Entre estos tres roles el maestro ejerce su autoridad.

El profesor como custodio actúa como un maestro de ceremonias que encamina a sus alumnos a lo largo de un ritual dilatado y confuso. Es regulador del cumplimiento de rutinas básicas y normas que administran las intrincadas rúbricas de iniciación a la vida, sin hacerse las ilusiones de producir un saber profundo.

El profesor como predicador moralista reemplaza, de alguna manera, a los padres, a Dios y al Estado, adoctrinando al alumno acerca de lo bueno y de lo malo no solo en la escuela, sino en la sociedad en general.

El profesor como terapeuta se siente con el derecho de entremeterse en la vida íntima de su alumno con el fin de ayudarle a desarrollarse como persona. De cierta forma, el maestro domestica al alumno en su visión de la verdad y de su sentido de lo justo. Los maestros de escuela, como los curas, son los únicos profesionales que se sienten con la autorización de introducirse en los asunto privados de sus clientes, al mismo tiempo que predican a un público obligado. Así, el profesor ocupa un rol similar al de un sacerdote secular. El niño tiene que enfrentarse a un hombre que se muestra como pastor, profeta y sacerdote, al mismo tiempo que pretende ser un guía, maestro y administrador de un ritual sagrado.

En fin, entre otras cosas, el autor quiere que se prive de apoyo oficial a las escuelas, algunas de las causas se han expuesto (y faltan muchas por exponer) y porque la escuela se apropia del dinero de los hombres y de la buena voluntad disponibles para educación y, además, desalienta a otras instituciones a asumir tareas con fines educativos. El autor dice que el trabajo, el tiempo libre, la política, la vida cotidiana, e incluso la vida familiar dependen de las escuelas en lo que concierne a los hábitos y conocimientos que presupone, en lugar de convertirse ellos mismos en los medios de educación.

Cristián Lagos L.

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